Cuenta la leyenda, que un día un bosque se llenó de niebla. Una niebla tan espesa que ni el propio sol tenía fuerza suficiente como para atravesarla. A medida que avanzaba serpenteante entre hojas, ramas y troncos, los animales escapaban de su alcance intimidados. El sol se ocultaba detrás de las lejanas montañas a medida que el bosque se sumía en un mar de nubes. La niebla avanzaba imponente sin preocuparse por nada de lo que arrasaba. De pronto el bosque pareció cambiar de actitud y se dejó acariciar por la suavidad de la que le envolvía. Parecía que había comprendido que ella no era un enemigo como todos los animales creían, sino un aliado. Ésta parecía absorber la energía de hojas, hierba, troncos y tierra, y empezó así un baile que perduraría en la historia y cambiaría la energía del mundo.
28 de octubre de 2012
Cuenta la leyenda...
18 de agosto de 2012
La noche
Justo en ese momento abrió los ojos. El sol se había
ido hacía ya mucho tiempo, y la noche sin luna había llegado. Era la noche más
oscura que podía recordar, tan oscura que incluso hasta la misma oscuridad
tenía miedo de sí misma. La madera se quejaba en susurros del fuerte viento
otoñal, logrando que éste, como hermano mayor que hace rabiar a su hermana
pequeña, tuviera más ganas de seguir molestando. En el jardín los árboles
cantaban una melodía ensayada a lo largo de los siglos y eterna como la vida misma.
De repente, todo se calmó: el viento, la madera y el
cantar de los árboles. Si el silencio pudiera hablar, en ese momento gritaría
de alegría, ya que todo, absolutamente todo, contenía la respiración.
El destino jugó una carta, haciendo que un relámpago
iluminara la escena, logrando que la oscuridad se escondiera por un segundo
atemorizada por tal ataque hacia su persona. Aparecieron sombras grotescas en
paredes, suelo y techo. La madera se quedó quieta y asustada por tal despliegue
de energía, y después… volvió la oscuridad. El silencio, triunfante seguía
presente, feliz por su reciente victoria, aunque lo que no sabía, es que en
pocos segundos, su alegría sería arrebatada por el trueno.
Y así, en medio de una celebración silenciosa, llegó
el estruendo que hizo que toda la calma recogida por el silencio se rompiera en
mil pedazos, haciendo temblar a la madera y, por qué no, a la oscuridad
también.
Cuando la terrible sacudida terminó, los árboles
comenzaron a cantar de nuevo y la oscuridad volvió a hacer acto de presencia.
El viento volvió a molestar a la madera y la oscuridad volvió a su largo
letargo. Todo parecía volver a su sitio cuando una luz parpadeante iluminó
vagamente la habitación, entrando por lo que un día fue una ventana de cristal,
ahora ahogada por la vegetación y desgastada por el tiempo.
Una elegante figura se incorporó y fijó sus grandes
ojos en el origen de semejante misterio. Notó en sus huesos como la atmósfera
cambiaba, cómo la oscuridad, derrotada y cansada por tanto ataque hacia su
labor se marchaba discretamente para ir a otro lugar en el que podría trabajar
sin interrupciones. La madera se quejó fuertemente cuando la figura empezó a
acercarse a la ventana.
Lo curioso es que cuando nuestro protagonista
alcanzó a ver el misterioso origen de aquella fuente de luz, toda la
estancia volvió a tensarse y a contener
la respiración. Aquello que se reflejó en sus grandes ojos fue algo extraño,
algo que no era común en el mundo de los humanos, y menos en el de los
animales. Decidió investigar, armándose de valor.
Descendió hasta el límite del bosque y con el sigilo
propio de los felinos, se adentró hacia la luz. Cuando estaba lo
suficientemente cerca de su objetivo comenzó a rodearlo, intentando averiguar
lo que era. Pero la luz era tal que no lograba ver nada, sólo una pequeña
esfera tan luminosa como el mismo sol en miniatura. Paciente, se ocultó en unos
matorrales y decidió esperar hasta que el sol volviera a aparecer, o hasta que
la energía de aquella extraña bola se apagase.
Pasaron las horas y poco a poco la luz del pequeño
sol se fue debilitando. Llego un momento en que nuestro protagonista pudo
distinguir una pequeña forma… aunque todavía no lograba adivinar su naturaleza.
Notó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, haciendo
que su pelaje se bufara. En ese preciso momento la luz del pequeño sol se
apagó. Las orejas de nuestro protagonista se concentraron atentas a cualquier sonido
procedente de aquella dirección. Dejó pasar unos pocos minutos más, y tras ver
que nada ocurría, que nada se movía ni hacía amago de levantarse, comenzó su
marcha. Poco a poco, sus patas le guiaron hasta ahí, y cuando llegó… no había
nada. Ni un rastro, ni un olor, ni una hoja quemada… nada.
Decepcionado, se quedó mirando el lugar donde creía
que encontraría… lo que creía que encontraría. De pronto algo le golpeó la
cabeza. Asustado corrió hacia su escondite durante esas últimas horas. Sus
orejas miraban en todas direcciones buscando a su agresor, hasta que otra vez,
volvió a surgir una débil luz, aunque en esta ocasión, ésta se movía
rápidamente entre troncos y ramas, llenando de sombras el bosque. Nuestro
protagonista seguía agazapado entre las hojas, esperando no ser descubierto por
aquella extraña luz, que inevitablemente le iluminó, descubriendo así su escondrijo.
Él, que no podía moverse debido al extraño encanto de su atacante, se quedó
anclado en la tierra fascinado por si belleza mientas ella se acercaba despacio
hacia él. La luz se fue apagando, hasta brillar lo suficiente como para que los
ojos de nuestro protagonista pudieran adaptarse a tal resplandor y alcanzaran a
adivinar, por fin, la forma de su extraño visitante.
Como un humano en miniatura, la criatura flotaba
sobre las hojas caídas del otoño. No superaba en altura a nuestro querido
protagonista, un elegante gato negro como la noche y de ojos claros como la
luna. Se acercó lo suficiente y le acarició el hocico desplegando unas halas
más transparentes que el agua y logrando aumentar su tamaño considerablemente.
Miró directamente a los grandes ojos que le observaban fascinados y aterrados,
y entonces, todo se paró.
Con una simple mirada, la criatura, una criatura caída
de los cielos, le contó que debía cumplir una misión, allí en su hogar, la cual
consistía en proteger los bosques de los humanos que los destruyen por egoísmo.
Ella, una criatura nacida entre las estrellas de la noche más oscura, y con
suficiente luz como para brillar igual un sol, dispuesta a cuidar de todo un
bosque y protegerlo con su magia.
Al terminar, la criatura se separó, y dirigiéndose
hacia el corazón del bosque dispuesta a cuidar de aquello que se le había
encargado, dejó otra vez en la más oscura de las noches al bosque y al gato
negro… una oscuridad tan negra, como la que precede al amanecer más claro.
28 de febrero de 2012
El incendio del número 7 de la calle Umbría
El día termina. El bosque cercano a la capital Himmel se
prepara para una noche oscura y fría. Entre los árboles, ardillas, topos y
pájaros escuchan que algo se acerca. El viento golpea las ramas desnudas de los
árboles dormidos, y de repente, un carro oscuro como la noche que cae,
atraviesa el camino dirección a Himmel.
Dentro del carruaje, tirado por dos corceles oscuros, está
el investigador Logan. Su mirada se centra en la carta que días atrás llegó a
su oficina. El remitente tenía el sello de la guardia de Himmel. El jefe de la
guardia, un profesional en defender el orden dentro de las murallas, le pedía
ayuda en un suceso extraño. Un caso peliagudo que precisaba del ingenio del
investigador, como en otras tantas ocasiones.
El carruaje se detiene tras atravesar el porton que lleva al
barrio de los mercaderes. El investigador pasaría esta noche en el Hotel Gerrs.
Al amanecer del día siguiente, el investigador se dirige a
los barrios bajos en su carruaje para ver el escenario del crimen. El chófer
detiene el carro en una calle paralela por petición del investigador. “No es bueno llamar la atención” piensa
Logan.
Baja y pide al chófer que aguarde unos momentos. Se dirige a
un callejón oscuro y húmedo y cruza a la otra calle. Aparece frente al número 7
de la calle Umbría. Un mendigo está tirado en la acera, medio muerto por el
frío, pero cuando el investigador se acerca al portal, este se levanta de un
salto y se dirige hacia él.
– ¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? – pregunta el mendigo.
– Soy el investigador Logan, y por lo que veo tú no eres un
simple mendigo. El jefe de la guardia ha recurrido a mis servicios para este
caso.
– Está bien. Daré parte al jefe del caso.
Tras la conversación, el guardia disfrazado de mendigo le
abre la puerta del portal y el investigador entra en el inmueble.
El olor a putrefacción es repugnante, y la escena que
observa Logan es menos agradable todavía. Un hombre sentado en una silla en el
centro de la habitación le espera observándole con ojos mirando a la nada desde
el interior de su propio vientre vaciado. Las tripas le cuelgan hasta el suelo,
encharcado con una sangre oscura y ya seca. Las manos del individuo han
desaparecido tras un corte sucio, casi parece que se las hallan arrancado
retorciéndolas. Tras el cuerpo mutilado se halla en la pared el símbolo del
hacha de Demon pintado con sangre.
Tras observar el macabro escenario y tomar algunos apuntes
rápidos, el investigador ordena quemar la escena y el cuerpo para eliminar toda
posible prueba. Nadie debería ver lo que sus ojos han contemplado.
Además, el jefe de la guardia le pidió expresamente que no
corriera la voz. Si la gente de Himmel llegara a saber que Demon ha vuelto, y
anda suelto por las calles de la ciudad, cundiría el pánico y la investigación
se vería seriamente afectada.
Logan se aleja en dirección
a su carruaje. El edificio arde en llamas mientras el sol se alza sobre los
edificios en un nuevo día, y las gentes de Himmel empiezan a despertar.
3 de febrero de 2012
Historias de Guerreros VI: el duelo
El hombre que viste de negro y esconde su rostro tras un
pañuelo, dispara sus flechas a la señal del him. Su puntería es asombrosa. De
un solo disparo, clava dos flechas en la sien del durei que ha elegido.
Rápidamente, otras dos salen disparadas del mismo escondite y dan a parar al
pecho descubierto de otro guerrero durei.
El enano y el him salen al ataque. Voy detrás. Ataco al
durei más cercano. Le pillo desprevenido y atravieso su carne con mi espada. El
enano le corta la cabeza de un movimiento. El cuerpo se desploma lenta y
pesadamente sobre la hierba.
Al otro lado del claro, el him lucha contra el durei que
queda con vida. Las espadas chocan una y otra vez. Empiezo a andar hacia ellos,
pero el enano me detiene. Le miro, pero él sigue con la mirada en el baile de hierro y sangre. Comprendo. Es su
lucha, no la mía.
La espada del durei dibuja una línea de sangre en la pierna
derecha del him, que cojea y se apoya en la izquierda, pero rápidamente
recupera la compostura y adopta una posición de ataque. Su pierna se tiñe de
rojo. El durei aprovecha esta vacilación y vuelve a atacar. El him le ve venir
y esquiva el golpe. Aprovechando la inercia del movimiento le corta parte del
costado desnudo, del que sale una importante cantidad de sangre. El durei grita,
más de rabia que de dolor. En ese momento gira sobre sí mismo y ataca más
furioso que antes a su oponente. El him, con la pierna resentida, bloquea el
golpe, pero la fuerza de su rival puede con él y le tira al suelo.
Veo que el hombre de negro sale de su escondite y prepara su
arco, pero no apunta. Miro al enano a mi lado, aun con una actitud relajada. ¿A
caso soy el único preocupado por el guerrero him?
El him en un pobre intento de defenderse, lanza un ataque a
las piernas del durei, pero éste lo esquiva fácilmente. De una patada se
deshace de la espada del guerrero derribado. Se coloca cerca suya y se
arrodilla a su lado. Con las dos manos en la espada, levanta ésta sobre su
cabeza, preparándose para dar el último golpe del duelo.
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