31 de agosto de 2011

Historias de Guerreros II: Zukh.

Puede que la noche estuviera muy avanzada y que los altos árboles del bosque ayudaran a mantener la oscuridad, pero aun la fogata que habían encendido los intrusos proporcionaba la luz suficiente como para saber por dónde pisar… pero también lo suficiente como para ser descubiertos. Por ello previamente a la marcha del campamento, Zukh y sus compañeros habían pintado sus cuerpos con ungüento oscuro para ser uno con la oscuridad y con el bosque, su bosque, y así no ser descubiertos tan fácilmente.

Caminaban intentando hacer el menor ruido posible. Los habían acorralado y no lograrían escapar… a menos que fueran lo suficientemente rápidos como para vencer una emboscada que les triplicaba en número. Zukh no era un guerrero que se aprovechase las debilidades de su contrincante. Prefería los combates en igualdad de condiciones, le parecía más respetuoso, más auténtico, pero en esta ocasión acataba órdenes y no tenía elección, aunque el combate fuera de tres contra nueve, teniendo estos últimos la ventaja de la sorpresa.

Así pues, caminaron a oscuras camuflándose con el bosque. Los intrusos sabían que estaban cerca, se notaba la tensión en el aire. Ahora estaban alerta, como conejos esperando el ataque del zorro. La luz de la fogata se fue extinguiendo. Zukh notó como el bosque quedaba poco a poco en silencio, el silencio que precede a la tormenta.

Cada vez estaban más cerca de su objetivo. Notó el tambor que era su corazón, oía el ritmo aumentando rápidamente. Respiró hondo. Dicen que la primera vez que luchas cuerpo a cuerpo es la vez en la que más pierdes los nervios. Pero Zukh vivía cada ataque como si fuera el primero… y el último. Es lo que le hacía actuar con rapidez.

Sus compañeros fareos ya estaban preparados. Todos en su posición, rodeando a sus enemigos desde la oscuridad como lechuzas que vigilan a su presa. En realidad, pensó Zukh, ellos en concreto no habían hecho nada malo contra su poblado, pero sabían qué propósito perseguían. Muchos como ellos habían pasado por allí y todos habían traído desgracias a su tierra, a su poblado y a su bosque. Y por culpa de gente como esa se habían visto obligados a abandonar sus hogares y buscarse otro sitio para vivir. Pero todo esto se acabó.

El poblado de Zukh había empezado a tomar medidas. Primero optaron por expulsarlos de su bosque, como habían hecho los intrusos con ellos durante muchos años quemando tierras, aprovechándose sin escrúpulos de sus reservas de comida y bebida... Pero no obtuvieron los resultados que esperaban. Pensaron que estaban del bando contrario y optaron por atacarles con más fuerza que antes. “Sólo queremos vivir tranquilos” pensó Zukh.

Su adrenalina llegó al borde justo cuando vio la señal. Todos saltaron a la vez hacia los tres guerreros que esperaban el ataque como buenos maestros de la batalla. Zukh vio como el más pequeño de todos, el enano, movía con rapidez su hacha de dos filos, y como el personaje de negro se camuflaba entre la oscuridad igual o mejor que ellos mismos. Por el rabillo del ojo percibió como dos de sus compañeros caían al suelo al unísono.

“Quizá no estemos tan descompensados después de todo” pensó Zukh, y atacó al hombre de la gran espada de dos manos.