17 de septiembre de 2010

La historia de Adhara


Adhara se encontraba recogiendo trigo en los campos cercanos a su aldea cuando llegaron volando y lanzándose en picado por las calles con un objetivo fijo.
Una pequeña escuadra Sháedir del clan de los Cuervos atacaba la aldea con furia y rabia, pero en sus caras no había rastro de odio, sino de diversión. Para ellos eso era habitual incluso placentero, en sus mentes estaba el recuerdo de lo que sucedería después de la cacería, y eso les llenaba de júbilo. Son viles criaturas entrenadas para cazar a mujeres humanas, pues las necesitan para que su especie sobreviva ya que sus hembras son estériles. Para ellos son simples juguetes sexuales. Ven a los humanos como seres inferiores, insignificantes, pero en su interior saben que sin ellos su especie perecería, aunque no por ello les tratan como seres humanos sino como simples animales. Los Cuervos son los más violentos de entre los de su especie.
La aldea estalló en fuego, humo y sangre. Los Cuervo mataron a todo hombre ya fuera joven o anciano, incluso recién nacido. A las mujeres jóvenes les tapaban la cabeza con sacos y se las llevaban, las que eran demasiado ancianas o niñas las mataban sin compasión. Quemaban casas y mataban animales. Son soldados entrenados para cazar.
La casa de Adhara era la más alejada de la aldea y la distinguió enseguida de las demás casas ardiendo. Aún no estaba envuelta en llamas y una chispa de esperanza surgió en su interior. “Aún no han llegado a mi casa” pensó. Pero se equivocaba. Fue corriendo escondiéndose cada vez que uno de ellos pasaba cerca de ella. Cuando llegó miró al interior por una ventana trasera que daba a la habitación central. Todo estaba en orden, ni rastro de violencia, demasiado tranquilo. Se dirigió a la cuadra donde se encontraba su caballo, su padre había ido de viaje para comerciar con la aldea vecina así pues se había llevado el suyo. Cuando llegó su corazón dio un vuelco, su caballo estaba tendido encima de un charco de sangre y paja. Asustada miró alrededor pero no sintió presencia alguna. Fue al interior de la casa, despacio sin hacer ruido. Y entonces la vio. Oculta entre cestos de paja su hermana pequeña se encontraba tendida en el suelo bocabajo. Supuso que su madre la había escondido allí en un vano intento de protegerla. Parecía que dormía plácidamente, aunque ella sabía que no era así. Adhara sintió como todo su mundo se hundía en las tinieblas, apenas sentía las piernas. Se arrodilló al lado del cuerpo inerte de su hermana y dos lágrimas resbalaron por sus mejillas hasta caer en el suelo de madera. Pensó en su madre. No la volvería ver. Sabía lo que le esperaba. “Con suerte morirá antes de que le violen”, pensó. Su corazón no soportará la pena y terminará por pararse, pero los sháedir no dejarán su cuerpo en paz y la maltratarán pensando que simplemente se ha desmayado.
Lloró en silencio deseando que su madre sufriera lo más mínimo. De repente oyó un ruido en el porche de la casa. Adhara se levantó haciendo el menor ruido posible, pero sabía que ellos ya le habían oído. Fue hacia la puerta por la que había entrado y de camino cogió un cuchillo largo y afilado. Antes de caer entre sus brazos prefería quitarse la vida. Se dispuso a clavarse el cuchillo en el corazón cuando en ese momento un Sháedir hizo estallar la puerta que estaba a sus espaldas. Del golpe cayó al suelo y el cuchillo salió disparado de sus manos cayendo a tres metros de ella.
En el suelo tendida se movió por puro instinto. Error que recordará para siempre. Si se hubiera quedado quieta, fingiendo estar muerta igual hubiera tenido una oportunidad de escapar. Él se acercó y puso un pie encima de su espalda, haciéndole caer al suelo de golpe. Sintió como le faltaba la respiración, notaba su corazón latir con fuerza acelerado. En el suelo proyectada estaba la sombra del sháedir. En sus manos tenía una larga espada que cortaba el aire aun estando quieta. El sháedir cogió del cabello de su presa e hizo que le mirarse a la cara. Sus ojos eran oscuros y llenos de júbilo, y con una sonrisa tan gélida como el hielo dibujada en su rostro. Detrás de él aparecieron otros dos más, ambos con espadas también. Sus alas eran tan grandes como la puerta por la que acababan de pasar. Los tres se miraron y sonrieron. No pronunciaron palabra alguna, no hacía falta, todos sabían lo que iba a pasar. Uno de ellos sacó un pequeño saco de una bolsa que tenía colgando del cinturón y se la pasó al que agarraba el cabello de Adhara. Le miró a los ojos a ésta y supo que jamás olvidaría esa mirada. Le puso el saco en la cabeza y después, simple oscuridad.