17 de noviembre de 2010

Historias de Guerreros


El fuego bailaba con fuerza entre la leña con su característico ritmo lento e hipnótico invitando a todo aquel que le mirase a entrar en un universo paralelo lleno de luz naranja. Sobre él, la luna brillaba por su ausencia. Hacía años que no había una noche tan oscura como esa, pese a las miles de estrellas que brillaban expectantes esperando impacientemente para presenciar aquello que el Destino ya tenía escrito en el guión del Tiempo.
El silencio quería ser el protagonista de esa noche invadiéndolo todo, aunque sin éxito pues se oía la música que el viento tocaba con las hojas de los árboles. Una brisa algo fuerte alteró a una pequeña lechuza que casi pierde el equilibrio. Ésta echó a volar sin rumbo entre los árboles, despertando a un par de ardillas que asustadas saltaron de rama en rama haciendo caer al suelo algunas bellotas y dando de pleno en la frente de Alkar, quién despertó de golpe causando también el sobresalto de sus otros dos compañeros de viaje, haciendo que Silencio se diera por vencido y se fuera por donde había venido. Mientras, el fuego seguía bailando como si nada en su universo paralelo.
Los tres guerreros miraron entre las sombras buscando cualquier tipo de peligro, cualquier simple movimiento, cualquier extraño sonido… cualquier cosa… pero nada. No había nada, exceptuando a las dos ardillas que corrían como locas de un árbol a otro. Después de unos largos segundos de “silencio” Alkar notó como se clavan las miradas de burla de sus dos compañeros en la nuca. Despacio se giró y les dio la cara, preparándose para sus gracias. Efectivamente, sus dos compañeros de viaje le miraban con media sonrisa en la cara. Ulkorn, el guerrero enano, tenía en la mano una pequeña bellota. Casi podía oír sus pensamientos: “Anda que… por una bellota el escándalo que ha montado…”.
-Menudo soldado estás hecho, Alkar. Una bellota… ¡No quiero saber qué pasará cuando se te caiga una rama encima!
-Déjale Ulkorn, pobrecillo, debe tener un susto muy grande metido en el cuerpo… nunca se sabe si se saldrá vivo de un duelo contra una bellota, y menos si ésta te ataca de sorpresa…
-Callaos ya, sabandijas, ¿o debo recordarte a ti, Ulkorn, aquella vez viste la temible sombra de un dragón proyectada en la pared? O no, espera… ¿no era la de un adorable lagarto? Y a ti, Sombra, tú que siempre eres tan sigiloso, tan…misterioso, ¿debo recordarte cómo chillaste cuando una araña se metió entre tus ropas? Casi me dejas sordo.
Irremediablemente, los tres estallaron en carcajadas provocando un estruendo de risas que hasta el propio Silencio escuchó a lo lejos…cosa que no le gustó nada. Pero no fue el único que les escuchó.
Rieron largo rato, dándose fuertes palmadas en la espalda los unos a los otros (tan fuertes que Ulkorn casi tira a Sombra al suelo) ajenos a aquello que las estrellas observaban pasivamente.
Las ardillas inteligentemente optaron por alejarse del lugar, previendo un enfrentamiento nada agradable, al igual que el fuego, quien ajeno a la oscuridad que reinaba, fue marchándose con disimulo del lugar, algo molesto pues nadie le había prestado un mínimo de atención a su baile clarísimamente planeado de antemano… y dejando así en plena oscuridad a los tres viajeros disfrutando de un momento de alegría, cosa que les costaría algo más que un buen recuerdo…

17 de octubre de 2010

Zöeth


Una piedra salió disparada desde un arbusto golpeando con un golpe seco a un cervatillo que estaba pastando en el bosque de Lehm. El animal no sintió dolor, el cazador había perfeccionado tanto su técnica de caza que sus presas no sentía siquiera el frío que acompaña a la Muerte. Del arbusto apareció un fauno de entrada edad. Se acercó y arrodilló ante el animal muerto. Rezó por su alma y pidió perdón por haber cometido tan atroz acto, pero sabía que no tenía elección. Zöeth se levantó y cargó con el cervatillo hasta los dos caballos que transportaban un carro. En él había otros tres animales muertos, resultado de un largo día de caza. Zöeth se dispuso a emprender el camino de vuelta a casa. Ya atardecía y le esperaba un camino largo.
Durante el camino maldijo, como siempre hacía, a los durei. Esta raza llevaba gobernando en su pequeña aldea desde hacía dos décadas. Los durei son seres creados para matar y conquistar, y si alguien se interpone en sus planes, está muerto. Zöeth llevaba más de media vida al servicio de esta cruel raza. Los odiaba por lo que le obligaban a hacer, siempre en contra de sus creencias.
Desde que llegaron al poblado obligaron a los faunos a cazar para ellos, aun sabiendo el dolor que les provoca a estos amantes de la naturaleza dañar a cualquier animal. A las mujeres les obligan a cocinar día y noche para ellos, y cuidar de que no les faltase de nada. Desde aquel trágico día en que llegaron al poblado, los durei han convertido en una prisión aquello que hace apenas veinte años fue su hogar.
Cuando el sol se escondió en el horizonte Zöeth cruzaba el límite del bosque. Se entristeció aun más cuando vio las huellas de las hogueras donde antes celebraban la entrada de la primavera y otras grandes fiestas cantando y danzando al son de la música. Hacía años que no oía una nota musical.
Se dirigió a la choza del Jefe Durei. Sabía que le castigarían por la poca caza que traía hoy, y es que no había sido un buen día. Su puntería estaba empezando a fallar… llevaba varias semanas notándolo, pero no quería decir nada, aunque tarde o temprano sabía que el Jefe lo notaría y entonces le quitaría de en medio como a un perro viejo. Tenía que maquinar un plan de escape, aunque la idea no le atraía mucho… “¿Dejar a toda mi familia, a todo mi pueblo, aquí en manos de los Durei, y huir?” pensaba a menudo, le parecía una acción demasiado cobarde.
Efectivamente, cuando el Jefe vio la poca caza que le traía Zöeth se enfureció con él y le mandó azotar, no esperaba tal humillación del mejor cazador de toda la aldea. Los soldados durei le llevaron al centro de la aldea para que todos pudieran ver el castigo y la humillación pero justo en el momento en que Zöeth apoyó sus rodillas en la tierra una flecha fue a parar al pecho de uno de los guardias durei.
Todos en la aldea se giraron hacia la vez. En ese instante una pequeña silueta salto del tejado de una de las chozas y golpeo fuertemente al durei más alto de la aldea. El enano llevaba un hacha de dos hojas agarrada en la espalda, aunque parecía que con los puños se valía. Su barba era larga y abundante, llena de trenzas y pequeñas piedras decorándola. El enano se enzarzó en un duelo sin armas con el durei, el cual no llegaba a alcanzar la velocidad con la que se movía su contrincante. Al final el enano arremetió un golpe seco en la nuca del durei que cayó pesadamente al suelo. Una flecha pasó velozmente rozándole la oreja y acabó clavándose en un durei. El enano se giró y vio que detrás de él se encontraba su compañero lanzando flechas a diestro y siniestro sobre todo durei que intentaba atacar al enano, cosa que a éste no le gustó nada y miró fulminantemente a su compañero… ¡ya podía arreglárselas él solito!
El impresionante arquero ignoró por completo la mueca que su compañero le hizo y siguió lanzando flechas al enemigo. Nadie sabía si se trataba de un hombre o una mujer, no enseñaba el rostro e iba vestido con una túnica negra que le llegaba a los pies pero su técnica era digna de admirar. Era un ser misterioso, se movía con armonía en todos sus movimientos, su concentración era máxima, flecha que lanzaba, flecha que acertaba. Zöeth se fijó que no obtuvo ningún fallo en toda la batalla.
Por último hizo aparición un soldado him de altura considerable. Éste portaba una espada de dos manos, con símbolos mágicos dibujados en la hoja y una armadura con amuletos de protección mágica. Sus movimientos también rozaban la perfección. En medio de todo aquel caos, el guerrero parecía encontrarse en una dimensión aparte. Su avance era pausado y digno de admirar. Los durei se abalanzaban sobre él con furia y ciegos de ira, pero los movimientos bien estudiados del him acababan con ellos como si se tratase de simples moscas. El primero que osó encararse a él tuvo la suerte de acabar sin cabeza. El guerrero him, tranquilo pero calculador, luchaba sin miedo y con una frialdad digna de los mejores caballeros de Himmel. Un durei se le acercó por la espalda, pero el him con un movimiento rápido se agachó y giró sobre sí mismo haciéndole una herida mortal en los pulmones al durei, que cayó desangrándose al suelo.
Zöeth observó toda la batalla desde el centro de la aldea. Nadie se enteró que estaba ahí. Podía haber huido, pero algo le decía que no debía hacerlo. Sentía el impulso de ayudar a los desconocidos héroes, aunque por otro lado no se veía capaz de ello. Entonces vio al Jefe. Su furia se intensificó tanto que dejó de pensar. Se agachó y cogió unas cuantas piedras. En ese momento el jefe estaba luchando con el guerrero him. No le importaba meterse en medio de un duelo, su ira hacia el durei era tan grande que solo sabía que lo quería ver muerto. Cogió su honda y lanzó la primera piedra. El Jefe la esquivó y miró a Zöeth con odio, el guerrero him aprovechando esa distracción asentó un golpe en su hombro derecho. Zöeth tampoco iba a desaprovechar esa oportunidad y lanzó la segunda piedra, esta vez mortal. Le dio en la sien y acto seguido el durei se desplomó en el suelo desangrándose por la herida de la espada. El guerrero him miró a Zöeth con seriedad y simplemente asintió fríamente con la cabeza. Después se giró y empezó un nuevo duelo con otro durei.
Zöeth notó como le latía el corazón, y la presión que sentía en la cabeza a causa de subida de adrenalina que acababa de experimentar. Y fue en ese momento, en medio de la batalla, en medio de todo ese caos de humo y sangre cuando se dio cuenta que sus vidas iban a cambiar… otra vez.

15 de octubre de 2010

Sangre I


-CONTENIDO VIOLENTO-

Entró destrozando. Destripando, desmembrando. Y con ello destruía personas, familias e ideas. Estaba arto. Decidió acabar con todos ellos. ¿Es que no saben actuar de otra manera? Son animales. Eran animales. Animales con palabra, dispuestos a molestar a sea quien sea que no piense como ellos.
Entrando por la puerta destrozó las piernas a un hombre de mediana edad que salía en aquel momento de ese antro. Más adelante, partió por la mitad a otro con su hacha, y cuando entro en la sala, destripó al hombre que se subía los pantalones después de estar con aquella mujer. Mientras, todos gritaban.
La mujer, con el cuerpo desnudo y cubierto de sangre ajena, intentaba huir, pero se resbalaba sobre el suelo rojo, todavía caliente.
Tras el mostrador, un hombre sacó un artilugio de madera. Él las conocía, disparaban fuego, y luego morías. No iba a dejar que le dispararan. Saltó y lanzó el hacha contra el mostrador lo más fuerte que pudo.
Volaron astillas. Ni rastro del mostrador. Sólo se veían las piernas del tabernero, y el mango del hacha.
Los dos hombres que quedaban aprovecharon para atacarle ahora que estaba desarmado, pero los esquivó sin problemas. Un puñetazo en la boca del estómago dejo sin respiración a uno, y un golpe seco hundió la tráquea del otro. No pudo ni gritar mientras destrozaba su cara a patadas.
Cogió su hacha. Tenía que acabar con esto. Un hachazo a la columna lo dejo fuera de combate. Sólo quedaba la mujer.
No os engañéis, no había sido violada. Ella era tan culpable como los demás. Y todavía seguía en el suelo, desnuda, cubierta de sangre, y con una mueca de terror en la cara.
-P… Por favor… N… No me mates… Yo… Ya…
-Cállate- respondió secamente- Te mataré aquí y ahora. Es lo que os merecéis todos.
-No… Yo… Yo… - No podía hablar, nunca había visto a la muerte tan de cerca, y esta vez no se iba a librar.
No titubeó. El grito de aquella mujer cesó de golpe. Justo al mismo tiempo que el hacha que atravesó su cuello y dio a parar contra el suelo de madera.
Él estaba cubierto de sangre. Es probable que por eso le llamen así; “Sangre”. Iba a llamar la atención ahí fuera, pero eso no era lo que más le preocupaba. Sino las pesadillas que le perseguirían los próximos días.

17 de septiembre de 2010

La historia de Adhara


Adhara se encontraba recogiendo trigo en los campos cercanos a su aldea cuando llegaron volando y lanzándose en picado por las calles con un objetivo fijo.
Una pequeña escuadra Sháedir del clan de los Cuervos atacaba la aldea con furia y rabia, pero en sus caras no había rastro de odio, sino de diversión. Para ellos eso era habitual incluso placentero, en sus mentes estaba el recuerdo de lo que sucedería después de la cacería, y eso les llenaba de júbilo. Son viles criaturas entrenadas para cazar a mujeres humanas, pues las necesitan para que su especie sobreviva ya que sus hembras son estériles. Para ellos son simples juguetes sexuales. Ven a los humanos como seres inferiores, insignificantes, pero en su interior saben que sin ellos su especie perecería, aunque no por ello les tratan como seres humanos sino como simples animales. Los Cuervos son los más violentos de entre los de su especie.
La aldea estalló en fuego, humo y sangre. Los Cuervo mataron a todo hombre ya fuera joven o anciano, incluso recién nacido. A las mujeres jóvenes les tapaban la cabeza con sacos y se las llevaban, las que eran demasiado ancianas o niñas las mataban sin compasión. Quemaban casas y mataban animales. Son soldados entrenados para cazar.
La casa de Adhara era la más alejada de la aldea y la distinguió enseguida de las demás casas ardiendo. Aún no estaba envuelta en llamas y una chispa de esperanza surgió en su interior. “Aún no han llegado a mi casa” pensó. Pero se equivocaba. Fue corriendo escondiéndose cada vez que uno de ellos pasaba cerca de ella. Cuando llegó miró al interior por una ventana trasera que daba a la habitación central. Todo estaba en orden, ni rastro de violencia, demasiado tranquilo. Se dirigió a la cuadra donde se encontraba su caballo, su padre había ido de viaje para comerciar con la aldea vecina así pues se había llevado el suyo. Cuando llegó su corazón dio un vuelco, su caballo estaba tendido encima de un charco de sangre y paja. Asustada miró alrededor pero no sintió presencia alguna. Fue al interior de la casa, despacio sin hacer ruido. Y entonces la vio. Oculta entre cestos de paja su hermana pequeña se encontraba tendida en el suelo bocabajo. Supuso que su madre la había escondido allí en un vano intento de protegerla. Parecía que dormía plácidamente, aunque ella sabía que no era así. Adhara sintió como todo su mundo se hundía en las tinieblas, apenas sentía las piernas. Se arrodilló al lado del cuerpo inerte de su hermana y dos lágrimas resbalaron por sus mejillas hasta caer en el suelo de madera. Pensó en su madre. No la volvería ver. Sabía lo que le esperaba. “Con suerte morirá antes de que le violen”, pensó. Su corazón no soportará la pena y terminará por pararse, pero los sháedir no dejarán su cuerpo en paz y la maltratarán pensando que simplemente se ha desmayado.
Lloró en silencio deseando que su madre sufriera lo más mínimo. De repente oyó un ruido en el porche de la casa. Adhara se levantó haciendo el menor ruido posible, pero sabía que ellos ya le habían oído. Fue hacia la puerta por la que había entrado y de camino cogió un cuchillo largo y afilado. Antes de caer entre sus brazos prefería quitarse la vida. Se dispuso a clavarse el cuchillo en el corazón cuando en ese momento un Sháedir hizo estallar la puerta que estaba a sus espaldas. Del golpe cayó al suelo y el cuchillo salió disparado de sus manos cayendo a tres metros de ella.
En el suelo tendida se movió por puro instinto. Error que recordará para siempre. Si se hubiera quedado quieta, fingiendo estar muerta igual hubiera tenido una oportunidad de escapar. Él se acercó y puso un pie encima de su espalda, haciéndole caer al suelo de golpe. Sintió como le faltaba la respiración, notaba su corazón latir con fuerza acelerado. En el suelo proyectada estaba la sombra del sháedir. En sus manos tenía una larga espada que cortaba el aire aun estando quieta. El sháedir cogió del cabello de su presa e hizo que le mirarse a la cara. Sus ojos eran oscuros y llenos de júbilo, y con una sonrisa tan gélida como el hielo dibujada en su rostro. Detrás de él aparecieron otros dos más, ambos con espadas también. Sus alas eran tan grandes como la puerta por la que acababan de pasar. Los tres se miraron y sonrieron. No pronunciaron palabra alguna, no hacía falta, todos sabían lo que iba a pasar. Uno de ellos sacó un pequeño saco de una bolsa que tenía colgando del cinturón y se la pasó al que agarraba el cabello de Adhara. Le miró a los ojos a ésta y supo que jamás olvidaría esa mirada. Le puso el saco en la cabeza y después, simple oscuridad.