28 de octubre de 2012

Cuenta la leyenda...


Cuenta la leyenda, que un día un bosque se llenó de niebla. Una niebla tan espesa que ni el propio sol tenía fuerza suficiente como para atravesarla. A medida que avanzaba serpenteante entre hojas, ramas y troncos, los animales escapaban de su alcance intimidados. El sol se ocultaba detrás de las lejanas montañas a medida que el bosque se sumía en un mar de nubes. La niebla avanzaba imponente sin preocuparse por nada de lo que arrasaba. De pronto el bosque pareció cambiar de actitud y se dejó acariciar por la suavidad de la que le envolvía. Parecía que había comprendido que ella no era un enemigo como todos los animales creían, sino un aliado. Ésta parecía absorber la energía de hojas, hierba, troncos y tierra, y empezó así un baile que perduraría en la historia y cambiaría la energía del mundo.

La niebla avanzaba tranquila volviéndose cada vez más espesa, más imponente, más enigmática. El límite del bosque estaba cerca y algunos animales habían escapado armándose de valor hacia tierras desconocidas, pero otros, como pájaros, ardillas y búhos, se quedaron a contemplar a ese ser tan extraño que había invadido su hogar. Pronto vieron gracias a su aguda vista, unas pequeñas motas más densas que el resto de la bruma. La oscuridad empezaba a cobrar protagonismo, y fue en el momento en el que el sol desapareció detrás de las montañas cuando esas pequeñas motas empezaron a brillar como pequeños soles. Millones de soles avanzando hacia el límite del bosque, el cual empezaba a brillar desde el interior lleno de energía. Algo maravilloso estaba ocurriendo, y los testigos contuvieron la respiración maravillados y asustado de aquella muestra de poder y energía. Comprendieron entonces que aquellas motas de luz eran el resultado de toda la energía del bosque recogida por la niebla. Era energía, era naturaleza, era luz, era magia... Era el origen de las hadas.

18 de agosto de 2012

La noche


Justo en ese momento abrió los ojos. El sol se había ido hacía ya mucho tiempo, y la noche sin luna había llegado. Era la noche más oscura que podía recordar, tan oscura que incluso hasta la misma oscuridad tenía miedo de sí misma. La madera se quejaba en susurros del fuerte viento otoñal, logrando que éste, como hermano mayor que hace rabiar a su hermana pequeña, tuviera más ganas de seguir molestando. En el jardín los árboles cantaban una melodía ensayada a lo largo de los siglos y eterna como la vida misma.
De repente, todo se calmó: el viento, la madera y el cantar de los árboles. Si el silencio pudiera hablar, en ese momento gritaría de alegría, ya que todo, absolutamente todo, contenía la respiración.
El destino jugó una carta, haciendo que un relámpago iluminara la escena, logrando que la oscuridad se escondiera por un segundo atemorizada por tal ataque hacia su persona. Aparecieron sombras grotescas en paredes, suelo y techo. La madera se quedó quieta y asustada por tal despliegue de energía, y después… volvió la oscuridad. El silencio, triunfante seguía presente, feliz por su reciente victoria, aunque lo que no sabía, es que en pocos segundos, su alegría sería arrebatada por el trueno.
Y así, en medio de una celebración silenciosa, llegó el estruendo que hizo que toda la calma recogida por el silencio se rompiera en mil pedazos, haciendo temblar a la madera y, por qué no, a la oscuridad también.
Cuando la terrible sacudida terminó, los árboles comenzaron a cantar de nuevo y la oscuridad volvió a hacer acto de presencia. El viento volvió a molestar a la madera y la oscuridad volvió a su largo letargo. Todo parecía volver a su sitio cuando una luz parpadeante iluminó vagamente la habitación, entrando por lo que un día fue una ventana de cristal, ahora ahogada por la vegetación y desgastada por el tiempo.
Una elegante figura se incorporó y fijó sus grandes ojos en el origen de semejante misterio. Notó en sus huesos como la atmósfera cambiaba, cómo la oscuridad, derrotada y cansada por tanto ataque hacia su labor se marchaba discretamente para ir a otro lugar en el que podría trabajar sin interrupciones. La madera se quejó fuertemente cuando la figura empezó a acercarse a la ventana.
Lo curioso es que cuando nuestro protagonista alcanzó a ver el misterioso origen de aquella fuente de luz, toda la estancia  volvió a tensarse y a contener la respiración. Aquello que se reflejó en sus grandes ojos fue algo extraño, algo que no era común en el mundo de los humanos, y menos en el de los animales. Decidió investigar, armándose de valor.
Descendió hasta el límite del bosque y con el sigilo propio de los felinos, se adentró hacia la luz. Cuando estaba lo suficientemente cerca de su objetivo comenzó a rodearlo, intentando averiguar lo que era. Pero la luz era tal que no lograba ver nada, sólo una pequeña esfera tan luminosa como el mismo sol en miniatura. Paciente, se ocultó en unos matorrales y decidió esperar hasta que el sol volviera a aparecer, o hasta que la energía de aquella extraña bola se apagase.
Pasaron las horas y poco a poco la luz del pequeño sol se fue debilitando. Llego un momento en que nuestro protagonista pudo distinguir una pequeña forma… aunque todavía no lograba adivinar su naturaleza.
Notó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, haciendo que su pelaje se bufara. En ese preciso momento la luz del pequeño sol se apagó. Las orejas de nuestro protagonista se concentraron atentas a cualquier sonido procedente de aquella dirección. Dejó pasar unos pocos minutos más, y tras ver que nada ocurría, que nada se movía ni hacía amago de levantarse, comenzó su marcha. Poco a poco, sus patas le guiaron hasta ahí, y cuando llegó… no había nada. Ni un rastro, ni un olor, ni una hoja quemada… nada.
Decepcionado, se quedó mirando el lugar donde creía que encontraría… lo que creía que encontraría. De pronto algo le golpeó la cabeza. Asustado corrió hacia su escondite durante esas últimas horas. Sus orejas miraban en todas direcciones buscando a su agresor, hasta que otra vez, volvió a surgir una débil luz, aunque en esta ocasión, ésta se movía rápidamente entre troncos y ramas, llenando de sombras el bosque. Nuestro protagonista seguía agazapado entre las hojas, esperando no ser descubierto por aquella extraña luz, que inevitablemente le iluminó, descubriendo así su escondrijo. Él, que no podía moverse debido al extraño encanto de su atacante, se quedó anclado en la tierra fascinado por si belleza mientas ella se acercaba despacio hacia él. La luz se fue apagando, hasta brillar lo suficiente como para que los ojos de nuestro protagonista pudieran adaptarse a tal resplandor y alcanzaran a adivinar, por fin, la forma de su extraño visitante.
Como un humano en miniatura, la criatura flotaba sobre las hojas caídas del otoño. No superaba en altura a nuestro querido protagonista, un elegante gato negro como la noche y de ojos claros como la luna. Se acercó lo suficiente y le acarició el hocico desplegando unas halas más transparentes que el agua y logrando aumentar su tamaño considerablemente. Miró directamente a los grandes ojos que le observaban fascinados y aterrados, y entonces, todo se paró.
Con una simple mirada, la criatura, una criatura caída de los cielos, le contó que debía cumplir una misión, allí en su hogar, la cual consistía en proteger los bosques de los humanos que los destruyen por egoísmo. Ella, una criatura nacida entre las estrellas de la noche más oscura, y con suficiente luz como para brillar igual un sol, dispuesta a cuidar de todo un bosque y protegerlo con su magia.
Al terminar, la criatura se separó, y dirigiéndose hacia el corazón del bosque dispuesta a cuidar de aquello que se le había encargado, dejó otra vez en la más oscura de las noches al bosque y al gato negro… una oscuridad tan negra, como la que precede al amanecer más claro.

28 de febrero de 2012

El incendio del número 7 de la calle Umbría

El día termina. El bosque cercano a la capital Himmel se prepara para una noche oscura y fría. Entre los árboles, ardillas, topos y pájaros escuchan que algo se acerca. El viento golpea las ramas desnudas de los árboles dormidos, y de repente, un carro oscuro como la noche que cae, atraviesa el camino dirección a Himmel.
Dentro del carruaje, tirado por dos corceles oscuros, está el investigador Logan. Su mirada se centra en la carta que días atrás llegó a su oficina. El remitente tenía el sello de la guardia de Himmel. El jefe de la guardia, un profesional en defender el orden dentro de las murallas, le pedía ayuda en un suceso extraño. Un caso peliagudo que precisaba del ingenio del investigador, como en otras tantas ocasiones.
El carruaje se detiene tras atravesar el porton que lleva al barrio de los mercaderes. El investigador pasaría esta noche en el Hotel Gerrs.
Al amanecer del día siguiente, el investigador se dirige a los barrios bajos en su carruaje para ver el escenario del crimen. El chófer detiene el carro en una calle paralela por petición del investigador.  “No es bueno llamar la atención” piensa Logan.
Baja y pide al chófer que aguarde unos momentos. Se dirige a un callejón oscuro y húmedo y cruza a la otra calle. Aparece frente al número 7 de la calle Umbría. Un mendigo está tirado en la acera, medio muerto por el frío, pero cuando el investigador se acerca al portal, este se levanta de un salto y se dirige hacia él.
– ¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? – pregunta el mendigo.
– Soy el investigador Logan, y por lo que veo tú no eres un simple mendigo. El jefe de la guardia ha recurrido a mis servicios para este caso.
– Está bien. Daré parte al jefe del caso.
Tras la conversación, el guardia disfrazado de mendigo le abre la puerta del portal y el investigador entra en el inmueble.
El olor a putrefacción es repugnante, y la escena que observa Logan es menos agradable todavía. Un hombre sentado en una silla en el centro de la habitación le espera observándole con ojos mirando a la nada desde el interior de su propio vientre vaciado. Las tripas le cuelgan hasta el suelo, encharcado con una sangre oscura y ya seca. Las manos del individuo han desaparecido tras un corte sucio, casi parece que se las hallan arrancado retorciéndolas. Tras el cuerpo mutilado se halla en la pared el símbolo del hacha de Demon pintado con sangre.
Tras observar el macabro escenario y tomar algunos apuntes rápidos, el investigador ordena quemar la escena y el cuerpo para eliminar toda posible prueba. Nadie debería ver lo que sus ojos han contemplado.
Además, el jefe de la guardia le pidió expresamente que no corriera la voz. Si la gente de Himmel llegara a saber que Demon ha vuelto, y anda suelto por las calles de la ciudad, cundiría el pánico y la investigación se vería seriamente afectada.
Logan se aleja en dirección a su carruaje. El edificio arde en llamas mientras el sol se alza sobre los edificios en un nuevo día, y las gentes de Himmel empiezan a despertar.

3 de febrero de 2012

Historias de Guerreros VI: el duelo


El hombre que viste de negro y esconde su rostro tras un pañuelo, dispara sus flechas a la señal del him. Su puntería es asombrosa. De un solo disparo, clava dos flechas en la sien del durei que ha elegido. Rápidamente, otras dos salen disparadas del mismo escondite y dan a parar al pecho descubierto de otro guerrero durei.
El enano y el him salen al ataque. Voy detrás. Ataco al durei más cercano. Le pillo desprevenido y atravieso su carne con mi espada. El enano le corta la cabeza de un movimiento. El cuerpo se desploma lenta y pesadamente sobre la hierba.

Al otro lado del claro, el him lucha contra el durei que queda con vida. Las espadas chocan una y otra vez. Empiezo a andar hacia ellos, pero el enano me detiene. Le miro, pero él sigue con la mirada en el  baile de hierro y sangre. Comprendo. Es su lucha, no la mía.

La espada del durei dibuja una línea de sangre en la pierna derecha del him, que cojea y se apoya en la izquierda, pero rápidamente recupera la compostura y adopta una posición de ataque. Su pierna se tiñe de rojo. El durei aprovecha esta vacilación y vuelve a atacar. El him le ve venir y esquiva el golpe. Aprovechando la inercia del movimiento le corta parte del costado desnudo, del que sale una importante cantidad de sangre. El durei grita, más de rabia que de dolor. En ese momento gira sobre sí mismo y ataca más furioso que antes a su oponente. El him, con la pierna resentida, bloquea el golpe, pero la fuerza de su rival puede con él y le tira al suelo.

Veo que el hombre de negro sale de su escondite y prepara su arco, pero no apunta. Miro al enano a mi lado, aun con una actitud relajada. ¿A caso soy el único preocupado por el guerrero him?
El him en un pobre intento de defenderse, lanza un ataque a las piernas del durei, pero éste lo esquiva fácilmente. De una patada se deshace de la espada del guerrero derribado. Se coloca cerca suya y se arrodilla a su lado. Con las dos manos en la espada, levanta ésta sobre su cabeza, preparándose para dar el último golpe del duelo.

30 de noviembre de 2011

Historias de Guerreros VII: El combate


Jamás había visto algo igual. Nunca antes un objetivo había sobrevivido a un lanzamiento doble… pero en esta ocasión el durei fue más rápido que mis flechas… Sus ojos se posaron en mí, y entonces el tiempo se sumó a la velocidad de los reflejos del durei.

El faero apareció primero. Sus ojos ciegos e inyectados en ira no se apartaban de su objetivo, con el que se enzarzó en un baile de acero y peligrosos movimientos. Enseguida salí de mi asombro y mis músculos empezaron a reaccionar. Como un gato me deslicé por el terreno y preparé mi siguiente lanzamiento aun por detrás de los árboles. Mi objetivo ya no era el durei de múltiples tatuajes, sino uno de los dos contrincantes a los que se enfrentaba Ulkorn. La flecha le impactó en toda la nuca y se desplomó cual saco de arena. Su compañero pareció no inmutarse de la repentina muerte y siguió atacando sin piedad. No me preocupé por Ulkorn el enano, sabía que acabaría con el durei en cuestión de minutos.

Mi vista busco a Alkar. No le vi por ninguna parte. Me preocupé ya que el durei que había sido mi primera presa, el que parecía el jefe tampoco se encontraba por ahí. De repente a mi derecha cayó el tronco de un árbol escandalosamente sobre otros árboles.

El grito de guerra de un durei es algo que una vez lo escuchas es difícil olvidar… básicamente porque visita tus pesadillas con una regularidad que roza la pesadez.  En mi caso ya lo había oído en otras ocasiones, pero siempre lograba ponerme los pelos de punta. Alkarn apareció saltando el tronco tumbado y seguidamente detrás de él y con un saltó más ágil de lo que a primera vista parece, el durei jefe. Tenía en sus manos una espada con el filo desgastado y quebrado… vaticinando que el afortunado que rozara con él tendría una muerte dolorosa, o al menos unas heridas difíciles de desinfectar.

El durei alzó la espada. Alkarn se giró y encaró el golpe, pero su adversario lo superaba en fuerza y cayó al suelo de espaldas. Me escondí tras un árbol y tensé el arco. Cuatro flechas, una tras otra impactaron en piernas y torso del durei, quien se alzaba imponente ante mi compañero him. Paciente, esperé a que el durei apartara su atención de donde me encontraba escondido. Alkar aprovechó ese momento de distracción para asestar un corte a la pierna de su oponente, quien chilló de dolor y se agachó a agarrarse el gemelo recién herido.

¡Ahora!” pensé. Rápido como el viento cambié de posición. El durei sólo vio una sombra sin importancia para él, quien en ese momento tenía el cien por cien de su atención en el him tumbado a sus pies. Volvió a levantar su espada, preparándose para dar el golpe de gracia que terminaría con mi amigo y compañero…

6 de noviembre de 2011

Historias de Guerreros VI: Campamento Durei.

Cuatro  durei en total. Distraídos, aburridos. Uno habla y los demás escuchan. ¿Será el jefe? No creo. Parecen exploradores, espías del clan. Tienen comida como para saciar a toda una aldea… ¿Y los trasgos? No llevan los mismos ropajes que los trasgos de hace tres días… quizá no son los durei que buscábamos… aunque siguen siendo una amenaza para Himmel. Es posible que el trasgo nos mintiera.


Bajo del árbol y me dirijo a mis compañeros. La tensión es palpable. El faero no deja de mirar hacia el campamento improvisado de los durei. Ulkorn acaricia su hacha de dos filos en silencio y Alkar tamborilea sus dedos contra el mango de su espada a dos manos.

— Son cuatro, pero dudo que sean los que mandaron a los trasgos el otro día.

— ¿Cómo sabes eso?— me pregunta el faero.

— Los trasgos que están bajo las órdenes de unos durei visten los mismos colores y ropajes que sus amos. Los trasgos que nos atacaron y estos durei no visten igual. Creo que son espías, pero nada más.

— Son durei igualmente—interrumpe Ulkorn—. Enemigos. Tenemos órdenes de HImmel de acabar con cualquier durei que encontremos a nuestro paso.

— ¿En ese caso a que esperamos? Acabemos con ellos de una vez.

— Eres valiente, faero, pero ten en cuenta que ellos no son como los trasgos. Son guerreros entrenados y con sangre fría. No permitas que la sed de venganza te ciegue.

La voz de Alkar no sólo se dirige al faero. Todos estamos impacientes. Hace tres días que pensamos en este enfrentamiento, y ahora que está cerca no podemos controlar la adrenalina.

— Organicémonos. Yo puedo derribar a uno a distancia con un par de flechas. Mi puntería no fallará.

— No dudamos de ello— me asegura Alkar—. Bien. Cuando de la señal, dispara al que parezca más fuerte. En el mismo momento que las flechas impacten en él, nosotros saldremos desde diferentes posiciones hacia ellos. El factor sorpresa está a nuestro favor, así que aprovechémoslo.

Cada uno se dirige a un punto, haciendo el menor ruido posible. Me escondo detrás de un árbol. Tenso mi arco y apunto. Mi presa es un durei alto y musculoso. Sus brazos son los más tatuados, lo que signifa que ha tenido más victorias que sus compañeros. Cierro un ojo y centro mi vista en la cabeza. Los durei son duros pero si sabes dónde apuntar…

Alkar me hace la señal y libero las flechas.

30 de octubre de 2011

Bajo la tormenta


Suten se encontraba en su despacho, estudiando acerca de las plantas con poderes curativos cuando la puerta se abrió de golpe. La luz de las velas bailó nerviosa a causa del fuerte viento que entraba del exterior y las sombras de los objetos se agitaron en figuras borrosas confundiéndose entre sí.

— ¡Por Eredwen! ¡¡Menuda tormenta está cayendo!!

— ¿Qué tal estás Zur? —preguntó Suten casi sin inmutarse.

— Bueno, ahí ando. Venía a ver qué tal estabas tú. Hace semanas que no te veo por ahí. ¿Has salido alguna vez de esta habitación desde aquel día?

Silencio. Zur se acercó a su amigo que no apartaba la mirada de los numerosos libros, cuadernos y apuntes esparcidos y amontonados por toda la mesa. Su obsesión le había llevado al extremo de no tener más objetivo que esa incansable búsqueda. Vivía por y para aquello y cada día le sustraía una pizca más de energía.

Mientras avanzaba, Zur echó un vistazo a la estancia. Los libros se amontonaban por esquinas y paredes hasta el extremo de no saber qué era pared y qué libro. Los papeles hacían de alfombra y manteles sobre los muebles. Las velas consumidas no eran más que montones de cera derretida. No había comida ni señal de que hubiera habido desde hacía más de dos meses.

Y por primera vez, observó detenidamente a su amigo. Se sorprendió de no haberse dado cuenta de lo consumido que estaba. Sus ojos transmitían un gran cansancio y un terrible dolor, pero no cesaban de trabajar. La piel estaba más pálida de lo normal y en su frente se habían dibujado unas fuertes arrugas consecuencia de la tensión constante en la que vivía. Las vendas de las manos estaban sucias y rotas, ahí donde las vendas no ocultaban la piel había pequeños cortes mal curados. Las yemas de los dedos estaban entintadas de negro.

— Suten, —dijo Zur bajándose al nivel de su amigo al otro lado de la mesa— deberías descansar un poco. Esto te está matando. No hay nada que hacer… admítelo.

— Tú no lo entiendes. Estoy cerca, ahora no puedo dejarlo, sino todo sería en vano. Eren necesita mi ayuda… ¡me necesita! Si logro encontrar una fórmula para…

— ¿Cuánto llevas sin comer ni dormir? Suten, soy tu amigo y lo digo por tu bien. Mírame —le dijo mientras se quitaba el fular que ocultaba su boca—. Vuelve a vivir tu vida.

La habitación volvió a quedar en silencio. Zur mirando directamente a su amigo, sin fular de por medio. Soten por primera vez desde hacía mucho tiempo miraba a algo que no fuese libros o apuntes. Una vela se consumió, como se consumieron las fuerzas de Suten. Se derrumbó en la silla y observó la mesa que tenía delante. Sus ojos se cerraron unos segundos, agradecidos por el breve descanso.

— Nunca me lo podré perdonar, Zur. Me consume por dentro… cada día es un infierno —se quitó el fular que ocultaba su boca—. Eren… se muere. Soy su único familiar… no puedo quedarme a esperar mientras ella se consume…

— A este paso te consumirás con ella. Suten, ya te lo he dicho… Ni los expertos en curación, ni el Consejo saben cómo ayudarla… Ve con ella en vez de aislarte del mundo…